domingo, 25 de mayo de 2014

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO 9ª PARTE

Soy una seguidora de Jesús, al que admiro y amo:siempre que pasa por mis manos, un documento como este, y dictado por el mismo, lo guardo en mi blog, y en mi corazón con mucho amor
JESÚS DEFINE EL ORIGEN Y DESARROLLO DEL ESPÍRITU
Definamos hoy, hermanos míos, la gracia inherente a la naturaleza humana y
ascendamos los escalones que llevan al conocimiento de la creación del hombre. Parto de un Principio y digo, que el libre albedrío y el sentimiento de la responsabilidad de las acciones, le son dados al hombre en el estado natural y primitivo. Digo, que el alma humana los desarrolla a medida que su luz intelectual se hace más viva, y añado, que esta luz intelectual es propia del espíritu. El espíritu es una creación de Dios, de la que el alma fue la promotora, y la materia su expresión. El espíritu adquiere cada vez mayor lucidez para desarrollar su principio espiritual y amortiguar sus primitivas tendencias, enteramente animales. El espíritu del hombre nuevo no puede concebir las alegrías espirituales, pero se mantiene, en sus relaciones materiales, ajeno a toda demostración de ferocidad, cuando trae de su precedente habitación instintos dulces y en armonía con el estado social que abraza. El espíritu del hombre nuevo se hace delincuente cuando trae de su precedente habitación, el deseo de las demencias atroces y el gusto por las luchas furiosas. El hombre nuevo debe su fácil desarrollo o su embrutecimiento prolongado, a la intervención de los espíritus de que está rodeado y el progreso del mundo se encuentra obstaculizado por el bajo nivel moral de todos. La Tierra le debe a su Creador el justo tributo de su propio progreso y la Tierra en cambio demora siempre este progreso como si le fuera dificultoso el descubrir la meta y el origen, como si ella desconfiara del porvenir y quisiera ignorar el pasado. Todos los hombres se han ocupado del destino del hombre, mas todos echaron una sombría mirada de desaliento sobre el origen del hombre. Yo voy a daros algunas nociones respecto a dicho origen, aun cuando estas nociones hubieran de ser acogidas con el escepticismo propio de la época, cuyo triste resultado moral yo deploro. La creación, hermanos míos, no se encuentra tan por encima
de la fuerza de vuestra inteligencia, que no se pueda explicar con un razonamiento humano. Me
ofrezco por lo tanto a vosotros, como un filósofo de la Tierra, como un espíritu, cuyas investigaciones se vieron coronadas por el éxito y llamo con ello vuestra atención. Volveré a tomar después mi nombre y mi título, ahora no soy sino un amigo vuestro, que viene a comunicaros las impresiones recibidas por él en regiones más favorables para la educación moral e intelectual de los hombres. Me presento
como un profesor de bellezas desconocidas y tomo la palabra con el deseo de iluminaros. Estudio desde hace siglos, adoro el poder divino y alimento con su luz la linterna que yo poseo.
Hermanos míos, para que el cuadro de la creación sea comprensible para vosotros, es necesario admitir como punto de partida: el alma como facultad sensitiva, el espíritu como facultad pensante y la materia como facultad demostrativa, en el mundo en que habitáis. El alma, como dependencia del principio vital universal. El espíritu, como creación de este principio vital. La materia, como expresión de la sensibilidad y de la inteligencia.
Mis desarrollos respecto al espíritu formarán el tema de este capítulo. Es necesario por consiguiente establecer una base para la demostración y determinar las funciones del espíritu, completamente distintas de las del alma.
El alma es el principio del movimiento y de las sensaciones. El alma es el soplo divino que se desliza y se reanima por la fuerza de la materia, que se alimenta de las fuerzas de la naturaleza carnal y que concluye por su debilitamiento. El espíritu es una dependencia del alma y de la materia; al principio se caracteriza por el recuerdo, que establece la personalidad, luego por convertirse en una criatura inteligente por el continuo desarrollo de su naturaleza, desarrollo inherente a la transformación y emancipación de sus demostraciones exteriores y de sus deseos íntimos. En las razas de espíritus inferiores, la memoria está circunscrita a hábitos naturales y a combinaciones pueriles. En las razas más elevadas, la memoria se convierte en la fuente de progreso, dirigiendo su luz sobre las faltas cometidas en el pasado. En las regiones enteramente espirituales, la memoria saca del pasado enseñanzas preciosas para comprender y hacer comprender el porvenir. El espíritu se convierte en un iluminado con respecto a los designios de Dios y se eleva sin descanso hacia las verdades eternas, cuyas profundidades ya ha medido. En las primeras manifestaciones de su personalidad, el espíritu procede como los niños en los mundos carnales; camina con temor y dirige miradas de sorpresa, sobre todo lo que aún no llega a concebir, armoniza sonidos cuyo significado nadie comprende sino los espíritus de su orden, huye de la luz, que le inspira temor y se acerca a la llama, que lo divierte, presta poquísima atención a las enseñanzas de su vida y no le atraen más que los goces presentes, nada prepara y muy poco recuerda.
Durante el completo ejercicio de sus facultades, el espíritu se vuelve malo por cálculo, de malo que era por el ocio o por los desordenados deseos de sus instintos materiales. En medio de la luz de sus deberes, el espíritu se convierte en delincuente, olvidándolos para satisfacer pasiones cuya perniciosa influencia él conoce, y desde esta degradación moral el espíritu cae en la turbación de la muerte para despertarse entre las angustias de la duda y en las tinieblas del error. Cuando el espíritu humano cae entre los goces bestiales, aunque sin delinquir pero ingrato hacia Dios, pierde la pureza de su alma. Engolfado en divagaciones enfermizas, el espíritu humano pierde a menudo de vista el verdadero objetivo de la vida carnal y su ciencia, tan estimada de los hombres y que no les proporciona la paz del corazón y la salud del alma. ¿Qué es el alma sino la parte sensible del Ser, el derecho de sentir y de aspirar, la capacidad de gozar y de sufrir?
El espíritu del animal que os sigue como primero después de vosotros, hombres nuevos, es incapaz sin duda de arbitrar mejoras y fantasías de comodidades, ¿pero quién le impedirá a su alma concebir el dolor, llorar la separación, alegrarse por la maternidad y entregarse a las pasiones del amor?
El espíritu de ese hombre nuevo, oh, hombres ancianos, se encuentra ciertamente desprovisto de las facultades adquiridas por vosotros en el ejercicio de los dones de Dios, pero su alma no tiene ninguna diferencia con la vuestra, cuando son iguales las fuerzas morales. Me explicaré: si vuestro espíritu, en el ejercicio de los dones de Dios, es decir, en el camino de los goces y de los conocimientos adquiridos, dejó vuestra naturaleza humana llena de vicios, puesto que se inclinó al mal en el libre ejercicio de vuestras facultades, el alma se resiente de este embrutecimiento y permanece inerte en la sensación de las alegrías que le son inherentes y como desheredada por el distribuidor de estas alegrías. El espíritu concibe las buenas acciones y el alma se felicita por ello. El espíritu descubre la verdadera fortaleza y la verdadera justicia, fortaleciéndose el alma por el impulso que con ello se le da. El espíritu honra la ley de los mundos y destierra de su naturaleza brutal, el gusto por las infracciones de esa ley y el alma le presta la sensibilidad de su esencia para armonizar los preceptos de la ley con el sentimiento del beneficio y el horror hacia la crueldad. Si el espíritu titubea en seguir la luz del mejoramiento, el alma sufre y llora. El alma eleva la voz en el silencio, en la soledad y esta voz se llama «conciencia». El alma es la conciencia del espíritu, el alma es la elevada expresión de la moral, colocada en el Ser, como semilla del porvenir. El alma en los animales destructores parece asfixiada por la ferocidad del espíritu, mas en cuanto el espíritu mejora, el alma toma la fisonomía que le es propia, es decir, que domina los instintos groseros, hasta donde le permite el desarrollo de su inteligencia. Ella se anuncia por medio de la potencia de las emociones tiernas y por la manifestación de saciedad de los placeres corrompidos. El alma se adueña de la situación cuando las facultades del espíritu pierden su prestigio sobre la materia, mas en este caso la marcha humana se debilita y la derrota se hace completa a causa de la ruptura de la trinidad, el alma, el cerebro y el cuerpo. El espíritu no ofrece entonces más que demostraciones y la dilatación de los órganos, de los que precisa por no tenerlos más, los sonidos del pensamiento se desvían como los sonidos de una voz escuchada por oídos afectados de sordera. El pensamiento es la labor del espíritu, el espíritu piensa siempre. El espíritu marcha hacia delante por el ensanchamiento de su pensar. El espíritu no pierde su equilibrio en la locura sino que la debilidad de su instrumento hace imperfectas o nulas sus manifestaciones. El espíritu se agita durante la fiebre porque su organismo se encuentra enfermo. El espíritu pierde su poder de iniciativa en la vejez por el desgastamiento de su medio de manifestación. El espíritu también durante la locura ilumina con sus relámpagos, pero pronto se cansa de la lucha y esta lucha determina el fin de la vida corporal. El espíritu no se descubre en la infancia porque el cerebro no tiene el desarrollo conveniente, del mismo modo que en la vejez el sentimiento de la animalidad, domina la naturaleza humana; pero a medida que se adquieren fuerzas, el espíritu se evidencia a través de la niebla que lo envuelve demostrando su carácter y sus aptitudes. El espíritu no ha permanecido inactivo después de su última etapa en un mundo carnal, mas el estado de sopor producido por una nueva emigración, le quita la sensación de su poder, y ahí como en otra parte, la memoria se debilita en el sentido del mantenimiento de los decretos de Dios. La memoria del niño y la memoria del hombre recogen del pasado tan sólo las tendencias y los gustos, de los que la presente existencia ofrece la prueba innegable. La memoria del niño se manifiesta en sus inclinaciones. La memoria del hombre unas veces ilumina con la luz del genio su nueva carrera y otras, evidencia facultades pueriles o alumbra su ruta con la luz siniestra de delitos vergonzosos o inmundas orgías del espíritu.
Si en un momento dado aparecen resplandores de la memoria del espíritu en el cerebro humano, el Ser se encuentra elevado en un éxtasis de poesía en medio de visiones de lejanas armonías. Si son otros los reflejos de esa memoria que relampaguea en el cerebro, el hombre puede convertirse en innovador.
El poder de la memoria lleva consigo la luz que alumbra el sendero humano, y la sensación del Ser, en el vasto horizonte de los descubrimientos, es un recuerdo confuso de los anteriores esfuerzos de cada uno. El hombre se siente empujado hacia el progreso por la memoria y nada queda perdido para él a pesar de las interrupciones momentáneas de sus fuerzas intelectuales. Las privaciones de la inteligencia no llevan consigo el alunamiento de sus esfuerzos y el reposo del espíritu nada les quita a su penetración y a su actividad futura. El sentimiento de las luces intelectuales resulta del adelantamiento del espíritu. La tendencia moral hacia las bellezas de la naturaleza, demuestra la sensibilidad del alma y esta sensibilidad se encuentra casi siempre asociada con el progreso del espíritu. La lucha de los instintos carnales con el principio espiritual que anima al espíritu adelantado, es el trabajo impuesto a ese espíritu. El testimonio de su victoria le asegura un aumento de facultades morales e intelectuales para su nueva peregrinación.
El fracaso repentino del principio espiritual en la lucha, sumerge al espíritu en el estupor, en el reposo humillante, en el debilitamiento de las aspiraciones divinas, en el remordimiento y en el abatimiento del alma. No quiero seguir en su expiación a los espíritus que se han desmerecido ellos mismos, porque el argumento de mi exposición es ajeno a la descripción de los tormentos inherentes a toda culpa, correspondiéndome tan sólo tratar de las gracias derramadas sobre el espíritu del hombre que ha permanecido firme en medio de la luz alcanzada en sus anteriores existencias. Me tomo la tarea de probar la elevada enseñanza de la llamada con propiedad gracia, de la gracia otorgada a la naturaleza
humana de conocer su origen y su destino, mediante el aprendizaje de sus deberes y en virtud de las manifestaciones de la verdad. En la naturaleza humana, he dicho, existen seres nuevos y seres renovados. Espíritus recién salidos del embrutecimiento material, sin otro reflejo de luz que los guíe, más que el instinto del alma, que dominando al espíritu, se encuentra a su vez dominada por la materia. Espíritus que han pasado por esperanzas de vida, por sufrimiento de degradaciones, por abatimientos, por alegrías, por relámpagos, por caídas, por éxtasis de felicidad, por tristezas, por glorias, por martirios. Espíritus cuyos sufrimientos fueron hijos de sus excesos y a los que el horror de la muerte los ha arrojado en medio del terror y del arrepentimiento. Espíritus que están llamados a sostener a sus hermanos y a ascender las gradas del poder espiritual. Espíritus fuertes por el desarrollo de su inteligencia. Espíritus dispuestos al bien por el desarrollo de sus facultades, preparados para la felicidad por su sentimiento de justicia y dominados por el deseo de las investigaciones.
Baso mi definición sobre la dependencia de las fuerzas intelectuales de la naturaleza espiritual y digo: que la medida de la inteligencia es proporcional a la extensión de los conocimientos adquiridos por el espíritu, en los desarrollos alcanzados en las sucesivas existencias temporales y de las alianzas productivas, en el camino ascendente de las facultades del alma y en la actividad del elemento divino. La ciencia humana ha llegado a demostrar la influencia efectiva de las funciones del cerebro sobre las manifestaciones intelectuales, pero este hecho, material para los ojos humanos, guarda dependencia con el organismo espiritual, por cuanto el cerebro no es más que el espejo del espíritu, y el espíritu se ve colocado en un medio que le es favorable para cumplir los decretos de Dios y llenar los fines de
su creación.

jueves, 15 de mayo de 2014

EN ORACIÓN

En la víspera de la partida del Señor, rumbo a Sídón, el culto del Evangelio, en la residencia de Pedro, se revistió de justificable melancolía. Las actividades del estudio edificante proseguirían, pero el trabajo de la revelación, de algún modo, experimentaría interrupción natural.
La lectura de conmovedoras páginas de Isaías fue llevada a cabo por Mateo, con visible emotividad; sin embargo, en esa noche de despedidas nadie formuló cualquier indagación.
Intraducible expectativa se reflejaba en el semblante de todos.
El Maestro, por sí, se abstuvo de cualquier comentario, pero, al terminar la reunión, levantó los ojos lúcidos al Cielo y suplicó fervorosamente:
— Padre, enciende Tu Divina Luz en torno de todos los que Te olvidaron la bendición, en las sombras de la caminata terrestre.
Ampara a los que se olvidaron de repartir el pan que les sobra en la mesa harta.
Ayuda a los que no se avergüenzan de ostentar felicidad, al lado de la miseria y del infortunio. Socorre a los que no recuerdan de agradecer a los bienhechores.
Compadécete de aquéllos que duermen en las pesadillas del vicio, transmitiendo herencia dolorosa a los que inician la jornada humana.
Levanta a los que olvidaron la obligación del servicio al próximo. Apiádate del sabio que ocultó la inteligencia entre las cuatro paredes del paraíso doméstico.
Despierta los que sueñan con el dominio del mundo, desconociendo que la existencia en la carne es un simple minuto entre la cuna y el túmulo, frente a la Eternidad.
Levanta a los que cayeron vencidos por el exceso de confort material.
Corrige a los que esparcen la tristeza y el pesimismo entre los semejantes.
Perdona a los que recusaron la oportunidad de pacificación y marchan diseminando la rebeldía y la indisciplina.
Intervén a favor de todos los que se creen poseedores de fantasioso poder y suponen locamente absorberte el juicio, condenando a los propios hermanos.
Despierta las almas distraídas que envenenan el camino de los otros con la agresión espiritual de los gestos intempestivos.
Extiende manos paternales a todos los que olvidaron la sentencia de muerte renovadora de la vida que tu ley les grabó en el cuerpo precario. Esclarece a los que se perdieron en las tinieblas del odio y de la venganza, de la ambición descarriada y de la impiedad fría, que se creen poderosos y libres, cuando no pasan de esclavos, dignos de compasión, delante de tus sublimes designios.
Ellos todos, Padre, son delincuentes que escapan a los tribunales de la Tierra, pero están marcados por Tu Justicia Soberana y Perfecta, por delitos de olvido, delante del Infinito Bien...
A esa altura, se interrumpió la rogativa singular.
Casi todos los presentes, inclusive el propio Maestro, mostraban lágrimas en los ojos y, en el alto, la Luna radiante, en plenilunio divino, haciendo incidir sus rayos sobre la modesta vivienda de Simón, parecía clamar sin palabras que muchos hombres podrían vivir olvidados del Supremo Señor; sin embargo, el Padre de Infinita Bondad y de Perfecta Justicia, amoroso y recto, continuaría velando...