domingo, 27 de abril de 2014

LA CARIDAD OCULTA


La conversación en casa de Pedro versaba, esa noche, sobre la práctica del bien, con la viva colaboración verbal de todos.¿Cómo expresar la compasión, sin dinero? ¿Por qué medios incentivar la beneficencia, sin recursos monetarios?Con esas interrogantes, grandes nombres de la fortuna material eran invocados y la mayoría se inclinaba a admitir que solamente los poderosos de la Tierra se encontraban a la altura de estimular la piedad activa, cuando el Maestro interfirió, opinando, bondadoso:Un sincero devoto de la Ley fue exhortado por determinaciones del Cielo al ejercicio de la beneficencia; sin embargo, vivía en pobreza absoluta y no podía, de modo alguno, retirar la mínima parcela de su salario para el socorro a los semejantes. En verdad, daba de sí mismo, cuanto le era posible, en buenas palabras y gestos personales de aliento y estímulo a cuántos se hallaban en sufrimiento y dificultad; sin embargo, le hería el corazón por la imposibilidad de distribuir ropa y pan a los andrajosos y hambrientos a la margen de su camino.Rodeado de hijos pequeños, era esclavo del hogar que le absorbía el sudor. Reconoció, sin embargo, que, si le era vedado el esfuerzo en la caridad pública, podía perfectamente guerrear el mal, en todas las circunstancias de su marcha por la Tierra. Así es que pasó a extinguir, con incesante atención, todos los pensamientos inferiores que le eran sugeridos; cuando estaba en contacto con personas interesadas en la maledicencia, se retraía, cortés, y, cuando contestaba a alguna interpelación directa, recordaba esa o aquella pequeña virtud de la víctima ausente; si alguien, delante de él, daba alimento fácil para la cólera, consideraba la ira como una enfermedad digna de tratamiento y se recogía a la quietud; insultos ajenos le golpeaban el espíritu como pedruscos en un barril de miel, ya que, además de no reaccionar, proseguía tratando el ofensor con la fraternidad habitual; la calumnia no encontraba acceso en su alma, ya que toda denuncia torpe se perdía, inútil, en su grande silencio; reparando amenazas sobre la tranquilidad de alguien, intentaba deshacer las nubes de la incomprensión, sin alarde, antes que asumiesen aspecto tempestuoso; si alguna sentencia condenatoria giraba  alrededor del prójimo, movilizaba, espontáneo, todas las posibilidades a su alcance en la defensa delicada e imperceptible; su empeño contra la incursión y la extensión del mal era tan fuertemente minucioso que llegaba a retirar los desperdicios y las piedras de la vía pública, para que no ofreciesen peligro a los transeúntes. Adoptando esas directrices, llegó al término de la jornada humana, incapaz de atender a las sugerencias de la beneficencia que el mundo conoce. Jamás pudiera extender una escudilla de sopa u ofrecer una piel de carnero a los hermanos necesitados. En esa posición, la muerte lo condujo al tribunal divino, donde el servidor humilde compareció receloso y desalentado. Temía el juicio de las autoridades celestes, cuando, de imprevisto, fue aureolado por brillante diadema, y, porque indagase, en lágrimas, la razón del inesperado premio, se enteró de que la sublime recompensa se refería a su triunfante posición en la guerra contra el mal, en que se hiciera valeroso colaborador. El Maestro fijó en los aprendices su mirada penetrante y calma y concluyó, en tono amigable: Distribuyamos el pan y la cobertura, encendamos luz para combatir la ignorancia e intensifiquemos la fraternidad aniquilando la discordia, pero no nos olvidemos del combate metódico y sereno contra el mal, en esfuerzo diario, convictos de que, en esa batalla santificante, conquistaremos la divina corona de la caridad oculta

lunes, 14 de abril de 2014

VIDA DE JESÚS DICTADA POR EL MISMO 8º CAPITULO

Sigo con la vida contada por Jesús, porque es apasionante y extraordinaria, nunca una vida me fascino tanto, como esta. con todo mi amor a qui la expongo.
Sabedlo, hermanos míos, la pura luz de Jesús lo llevaba a establecer una creencia basada en la Ley divina de la asociación fraterna de los espíritus. Mas no era llegado aún el tiempo de esta elevada demostración y Jesús tenía que plegarse a los solos medios que podían consagrar su popularidad. Sabedlo también: Jesús tenía como guía la inspiración de los espíritus del Señor, pero Jesús llamaba hacia sí la inspiración mediante la emulación de su misma voluntad, y muchas veces, errores,
cuyo recuerdo le impone su memoria, fueron cometidos, siendo su causa la desviación de su juicio, en circunstancias en que sólo el libre albedrío debe gobernar el espíritu. Me manifiesto ahora con la alta protección de Dios. En el mundo terrestre también hablaba con la alta protección de Dios. Entre mis dos apariciones corren diez y nueve siglos y mi filiación. Así como mis palabras, no pueden ser las mismas. EL hijo de Dios, es un espíritu inteligente, llegado a su más alto destino por el cumplimiento de los deberes trazados a todos los espíritus de su orden y las palabras de Jesús con los hombres de estos tiempos, tienen que señalar la distancia existente entre ellos y los pueblos de la Judea a los que se dirigía Jesús en su vida corporal. Emociones de elevada significación empujaban a Jesús hacia la familia espiritual por él merecida y al mismo tiempo las emociones de su vida carnal durante su misión
humana, lo empujaban a manifestar el origen y el fin de ésta a los hombres de hoy en día.
¿Qué sería necesario para hacer desaparecer las dudas de la gran mayoría de
estos hombres? Sería necesario repetir mis conversaciones familiares de otros tiempos y sus divagaciones en los discursos destinados a honrar la humanidad futura con la exposición de los deberes y de la revelación de las verdades prometidas al hombre inteligente. Sería necesario humillar más aún mi naturaleza y descender al nivel de las manifestaciones de los espíritus que permanecen en la atmósfera material, donde su puesto les está señalado desde larga fecha. Sería necesario ofrecer pormenores sobre los acontecimientos futuros y hacer un empleo vergonzoso de la gracia divina
destinándola a manifestaciones tontas. Sería necesario obligar la fe de la humanidad  con un milagro auténtico y arrojar el relámpago de la llama sobre la revelación, de la que yo soy el mensajero.
Exponer mi opinión sobre el papel no vale nada, lo mismo que el describir el camino que yo seguí. ¿Qué importancia podría tener ello para hombres cuya vida pasa en el desperdicio de la inteligencia, en el embrutecimiento que origina el abuso de la fuerza, en los permanentes deseos ambiciosos e inmorales, en el grotesco desdén por todo lo que les recuerda la fragilidad de la existencia presente y la pesada responsabilidad del espíritu inmortal, en la negación de Dios y en el desafío arrojado
a su justicia, con abominables divagaciones y con ejemplos más abominables aún, en el olvido completo de las atribuciones de hombre y en el olvido de todo pudor, de toda delicadeza, de toda probidad, de todo honor, de todo sentimiento humano?. Me coloco al nivel intelectual del médium que elegí; mas algunos hombres de espíritu grande encontrarán debilidad en mis manifestaciones y otros de más modesto talento harán notar las dificultades que surgen de estas mismas manifestaciones.
Otros, y son los más numerosos, me acusarán de haber engañado al pueblo hebreo con enseñanzas que lo animaban a abrazar una creencia que yo mismo no tenía. A ello contesto: En casi todas las circunstancias de mi vida, recabé mi coraje del convencimiento que tenía de los favores divinos y era necesario hacerme digno de esos favores con un desprendimiento completo de los goces de la familia y de toda ambición propia del hombre. Tenía que sostener luchas para llegar al estado que yo deseaba, pero la firmeza de mi fe tenía que triunfar, porque Dios era mi apoyo y el premio a que aspiraba. ¿La misericordia divina no me mandaba para llevar una misión fraterna? ¿Y no bastaba acaso la fuerza de este pensamiento para levantarme lleno de ardor después de un momento de depresión? En casi todas las obras de mi vida me preocupé del fin.
En cuanto a los medios para persuadir y convencer a los hombres, empleé los que requerían la situación de las cosas y la inteligencia de mis oyentes. Convencido de la asistencia de los espíritus de Dios, no podía asociar esta definición con los dogmas fundamentales de la ley judaica, puesto que los sacerdotes, cuya arrogancia estaba de acuerdo con su poder, vigilaban por el fiel cumplimiento de la ley, y éstos me habrían hecho morir antes de la hora establecida, antes del cumplimiento de la
obra si hubiera empezado demasiado pronto la siega de la mies del Señor. Tenía el convencimiento de la asistencia de los espíritus de Dios, pero al mismo tiempo estaba seguro del peligro que corría por esta revelación en una época en que los espíritus no estaban dispuestos a recibirla, y fundé una doctrina más en armonía con el desarrollo del espíritu humano, persuadido de que más tarde estas verdades se abrirían camino. Tenía el convencimiento de la asistencia de los espíritus de Dios,
pero en Jerusalén los amigos míos que tenían mi misma creencia, se habían negado a sostenerla en público. ¡Ello no significaba más, que un rejuvenecimiento de creencias! ¡Ello a pesar, de que las revelaciones se encuentran en el orden natural de las fuerzas humanas y de las fuerzas espirituales, de los designios de Dios y de los senderos abiertos por la Providencia! ¡Mas en este mundo de errores y de falsos profetas, cuántos obstáculos tienen que vencerse para demostrar la verdad! ¡Cuántos
vicios y cuántos desvarío se oponen a las nociones traídas por la virtud y por la razón! ¡Oh, mártires de todos los siglos que me habéis precedido! ¡Oh, mártires de todos los siglos que me habéis seguido! Descended de las regiones en que ahora os encontráis para decir conmigo: ¡Pobre humanidad! ¿Cuándo, pues, llegarás a ser digna de los esfuerzos de los que quieren emanciparte? ¿Cuándo tendrás tú el coraje de levantarte y de mirar a Dios? ¿De maldecir la ignorancia y de lanzarte hacia la
inmortalidad con la fe y con el amor?. Hermanos míos, la vida de Jesús tiene que ser explicada por él mismo para borrar las dudas que existen todavía respecto a su naturaleza y a su sinceridad. Jesús
lo dijo: Fue el apóstol de Juan y después de la muerte del Solitario, busqué reunir los antiguos preceptos con los que le dictaba la alta inteligencia de los mundos. El amor fraterno, la solidaridad humana, la justicia y la misericordia de Dios, tales eran los dogmas establecidos por Jesús. Mas, para predicar estas cosas con algún desarrollo era necesario romper los dogmas antiguos, con la idea de la creación de un solo mundo, la dependencia del alma con relación al infierno, la condenación eterna, el
poder del demonio, las demostraciones pueriles, los sacrificios impíos, en una palabra, era necesario destruir y reconstruir, y no tenía el tiempo ni los medios para llevarlo a cabo.
En mis conversaciones con Juan había quedado convenido que arrojaríamos la semilla en medio de la gente plebeya y que el título de hijo de Dios serviría para atraer a las masas en el porvenir, para que mi misión fuera provechosa e inmortal. La doctrina de Jesús tenía que apoyarse sobre el prestigio de la filiación divina, con el propósito de que ella quedara absolutamente establecida y religiosamente observada a fin de humillar todas las miserias morales. ¿Podía acaso el Mesías Jesús lanzar el
anatema en contra del poder y de la dureza de los ricos? No, las turbas tantas veces engañadas por las apariencias de la virtud, no habrían admitido la moral del pobre Nazareno y lo habrían acusado de envidiar a los mismos que él señalaba para desprecio de los adoradores de Dios. ¿Podía acaso el Mesías Jesús lanzar el anatema en contra de la esclavitud y de la justicia humana? No, puesto que la muchedumbre no hubiera comprendido a un hombre que intentaba derrumbar las instituciones hasta
entonces respetadas. Mas lo que el Mesías Jesús no podía intentar, podría intentarlo el hijo de Dios y el porvenir recompensaría a Jesús por la derrota y contrariedades de su vida presente. Al hijo de Dios le correspondería el decir: Mi reino no es de este mundo.
El Cielo y la Tierra pasarán, pero no pasarán mis palabras. Permaneced en la paz del Señor, caminad dentro de sus leyes y creed en la resurrección de los espíritus. Pedid y se os dará, la mano de Dios es sin fin y su amor es inmenso.
Bajad hasta el fondo de vuestros corazones y arrojad de él todo lo que tenga de impuro. Las impurezas corrompen el corazón y el alma. Sembrad, destruid la mala hierba. Yo os lo digo hombres de buena voluntad: los que hayan sembrado aquí recogerán en otra parte. Os lo digo aún: abandonad los bienes de la Tierra, puesto que los ricos no entrarán en el reino de mi Padre. Mas entrarán los que todo lo hayan dado para seguirme. Mas entrarán los que hayan comprendido mis palabras y las pongan en práctica. Yo era el enviado de la justicia de mi Padre y me hacía el intérprete de su
misericordia. Venid a mí, vosotros que habéis pecado, y os perdonaré. ¡Venid! La liberación de vuestras almas se efectuará por obra de mi amor. Yo soy el buen pastor y el buen pastor da la vida por su grey.
Yo soy la fuente del consuelo y a mi lado no se deben temer los peligros,
porque Dios está en mí y yo estoy en Él.
Seréis arrastrados por los espíritus de las tinieblas hacia la muerte del pecado, mas yo soy la luz, la verdadera luz hasta la consumación de los siglos. Id, les decía a los pecadores, id y no pequéis más. El Señor os perdona por mis labios, puesto que soy su hijo predilecto y todo lo que yo perdone en la Tierra será perdonado en el Cielo.
Soy el intérprete de mi Padre y del vuestro, porque la Patria Celeste es mi patria Vine para traeros la verdad, para que la verdad sea conocida de todos los hombres en el presente y en el porvenir.
Dios conoce vuestros más secretos pensamientos. Rogad pues con pureza de corazón para que vuestras oraciones sean oídas. Practicad el bien en las sombras y que vuestra mano izquierda no sepa lo que ha dado la derecha.
No imitéis a los hipócritas que levantan los ojos al cielo y tienen una cara escuálida, para demostrar a todos, que oran y ayunan. Cuando vayáis a la Sinagoga. Tomad una actitud modesta y entrad con el
alma libre de toda venalidad y desligada de todo rencor. Cuando deis expansión a vuestro espíritu y a vuestro cuerpo con el descanso y en medio de las distracciones, haceos fuertes en contra de todo lo que sea bajo y grosero, porque ello desarrollaría en vosotros las tendencias bestiales y harían
retroceder a vuestro espíritu. Cuando os encontréis en la aflicción, decid: ¡Dios mío! Sea hecha tu
voluntad y no la mía. Enseguida Dios os mandará la alegría y la fuerza.  Cuando os encontréis en la abundancia distribuid lo necesario a los que no tienen y cuando os encontréis en la necesidad, recurrid a vuestros hermanos. Todos los hombres son hermanos y Dios les dice: Amaos los unos a los otros y amaos sobre todas las cosas Mis gustos me llevaban a las reuniones populares y a menudo la curiosidad que acompañaba a mi persona, desnaturalizaba mis palabras, arrojándolas a las
pasiones entusiastas de los amigos de lo maravilloso. Mis enemigos tomaban nota del ruido que se hacía alrededor de mis milagros y más tarde me acusaron de haber dejado que se creyera en estos milagros por no haberlos negado en lo más mínimo.
Mi naturaleza de hijo de Dios, hermanos míos, era para vosotros un sujeto de estudio y tengo que definírosla completamente. Pero voy antes a explicar dos milagros referidos en vuestros libros, y si los elijo es por encontrarlos de una inventiva más exagerada que las de los demás. En la ciudad de Jericó un ciego vino a encontrarse en el camino de Jesús y se puso a gritar: Jesús hijo de Dios haz que me sea dada la vista. Jesús le dijo: Te es devuelta la vista y él vio.
Hermanos míos, el ciego de Jericó es una quimera. El hombre enfermo encontraba siempre en mí consuelos y también algunos medios de alivio, debido a mis estudios sobre las enfermedades humanas. De estos milagros yo no he tenido conocimiento sino por los escritos de vuestros historiógrafos. El cuento de los cinco pescados y de los dos panes multiplicados y distribuidos entre muchos miles de hombres dejó perplejo mi Espíritu al ver tan grande tontería humana.
¡Ah! Hermanos míos, Jesús como acabo de decir, se encontró a menudo en medio de las reuniones populares, pero jamás hubo algo de su parte que pudiera dar lugar a semejantes fábulas. ¿Con qué objeto hubiera provocado la creencia en estos trastornos de la naturaleza material mientras decía que el poder del Padre residía en el fausto de la creación y en las inexorables leyes naturales de la materia?. Al principio de este libro os referí la resurrección de una jovencita, resurrección que sólo existió en la imaginación de los asistentes, pero que yo dejé que pasara como un hecho real porque no veía entonces inconveniente alguno en ello. La jovencita no había vuelto a la vida, yo lo sabía, pero aproveché la ilusión de los padres para inspirarles la fe en la resurrección del espíritu. Pero en cuanto a lo sucedido en Jericó y en todas las circunstancias en que se me hace aparecer como violando las leyes de la existencia material, insisto en mi negación absoluta respecto a mi participación en tales mentiras. Insisto en estos principios de alta filosofía religiosa: que Dios no ha pasado jamás los límites puestos por Él mismo, que Dios no ha concedido a nadie la facultad de transgredir las leyes divinas, las que reposan sobre leyes inmutables, que Dios es un Ser demasiado perfecto para engañarse, demasiado justo para favorecer a unos y dejar a los otros de lado, demasiado adorable para descender a combinaciones del género de las que se encuentran a cada paso en vuestros pretendidos libros sagrados.
¡Oh, ciertamente, Dios me ha protegido! Sí, Dios me ha empujado hacia el porvenir para que fuera la luz y el guía de éste; pero no siempre fui digno de este honor, y es porque llegué a ser lo que pude, preceder a la humanidad, y enseguida bajar desde esa luz hasta ella para bendecirla con mi sangre y emanciparla con mis palabras. Será también hijo de Dios el hombre que saborea la paz en medio de la
tristeza y de los sufrimientos, porque él es libre de pensar, libre de adorar a Dios, libre de llevar alivio a sus hermanos con la fuerza del espíritu y la efusión del corazón, porque él es libre de vivir sin apostatar de su fe y de morir confesándola, libre de marchar hacia adelante durante la vida y después de la muerte. Será también hija de Dios la mujer de la Tierra que haya sufrido todas las desilusiones con dignidad, que haya defendido todos sus derechos con la conciencia de su valer espiritual, que haya ascendido las gradas de la ciencia divina y multiplicado sus buenas acciones para ofrecerlas al Dios del Universo. Será hija de Dios y podrá conservar este nombre tanto ante el mundo que habrá dejado, como ante el mundo hacia el cual habrá sido llamada por la voluntad divina. Deseaba yo con demasiado ardor la felicidad de los hombres y era demasiado absoluto para mis propósitos para justificar la opinión de los que emplean con demasiada crudeza el calificativo de impostor o de los que disimulan el propósito de esta injuria con expresiones más favorables para la lectura de sus libros.
Tomando el nombre de hijo de Dios sabía que tenía el derecho para hacerlo: adelantándome hacia el abismo sabía que había caído en él. Me era agradable la amargura de la muerte, como hombre obligado a morir, y predecía a mis apóstoles el abandono del que más tarde se hicieron culpables. Pedía fuerzas a mi elevada protección espiritual y en mis alianzas humanas descendía a debilidades comunes a todos los hombres. Mi naturaleza era pues como todas las naturalezas humanas,
dividida entre la atracción de la Divina Providencia y la atracción de las alegrías humanas, pero el progreso de mis pensamientos, cada vez mejor y más intensamente dirigidos hacia el horizonte celeste, tenía que destruir mis tendencias corporales, convirtiéndome en el Mesías inmortal.
El hombre desvinculado de los estorbos mundanos, es realmente el hijo de Dios. Juan lo había dicho antes que yo, y él no tenía sólo en vista el porvenir conquistado, cuando me hizo prometer que respetaría mi denominación y de sostenerla ante todos y en contra de todos. Mi posición de hijo de Dios, hermanos míos, es más concebible entre los adeptos de la religión universal, que entre las almas encerradas en el círculo estrecho de una religión humana.
La religión universal se funda en la justicia de Dios, no levanta templos para una fracción de los hombres, no tiene formulismos externos forzados; pero da la paz después de la oración, porque la oración está despojada de todas las supersticiones que acompañan a las religiones humanas.
La religión universal define a Dios con sus atributos de grandeza y de poder, las religiones humanas definen a Dios con las debilidades inherentes a la humanidad. La religión universal tiene su asiento en el alma, como en un santuario. Las religiones humanas están condenadas al error y a los alzamientos de la razón. La religión universal se manifiesta con la elevación de los pensamientos y el deseo de perfección. Las religiones humanas exigen la fe sin proporcionar el sentimiento de ésta. Ellas concluyen por convertir al hombre en fanático e incrédulo.
La religión universal, hermanos míos, os dice que todos somos iguales, en virtud de nuestro origen. La religión universal os eleva en el porvenir y os avala en contra del orgullo hablándoos del pasado.
La religión universal os da la definición exacta de vuestro Ser y os salva de la desesperación, os inicia en la gloria de vuestro Dios y os promete alegrías en su casa. La casa de Dios es la casa de las inteligencias que han llegado a la perfección y al coronamiento. Es la Patria del hijo de Dios. De ahí viene Jesús en este momento para explicarnos su naturaleza. De ahí bajó en un día de misericordia, para ser Mesías, vuestro guía y consolador. Desde ahí también os bendice todas las veces que
vuestras miradas piden la luz de Dios, y os la manda. Desde ahí os llama a todos, sí a todos, los unos después de los otros. He ahí el cielo, el porvenir de la religión universal, he ahí la mañana deliciosa
de vuestra noche actual, el fin de vuestros esfuerzos, el trabajo de vuestra existencia. Conquistar la muerte, conquistar la luz, conquistar un lugar en el sol de los soles, una voz en el concierto de las armonías divinas, conquistar la perfección del espíritu y no descender de las altas regiones sino para ayudar a las almas débiles, libertar las almas esclavas para demostrar a los ignorantes la grandeza de Dios y el elevado destino del espíritu.
¡Ah, hermanos míos! Mereced esta dicha y recread vuestra alma con esta esperanza.
Durante varios siglos, después de la última humillación de su espíritu, Jesús asistió a los procederes contrarios a toda ley divina de los depositarios de la autoridad religiosa y si no impidió estos excesos es porque Dios deja a cada uno la responsabilidad de sus acciones delante de su Justicia; porque Dios confirma sus leyes no interviniendo en el ejercicio de la libertad individual. Las fuerzas ocultas

pueden bien sacudir un mundo, los Mesías y los agentes superiores de la autoridad divina pueden bien ser los Mensajeros de luz, pero la lucha es siempre ruda y la materia resulta la más fuerte. La materialidad apaga el sentimiento de espiritualidad en los mundos inferiores, del mismo modo que la espiritualidad apaga la materialidad en las altas regiones. Por todas estas razones no pudo poner freno al comercio que se hacía de su doctrina y tuvo que oír sus falsas definiciones, contemplar los delitos y las abominables venganzas, con el alma inmovilizada por la voluntad divina.
Hermanos míos, mis queridos hermanos, bendecid el misericordioso pensamiento que me manda nuevamente entre vosotros. No preguntéis a Dios sus secretos, mas aproximaos al fuego de su amor, al fulgor de su luz, a la inteligencia de su naturaleza y desprendeos lo más posible de las tendencias de la naturaleza carnal. La naturaleza carnal os arrastra hacia amores deshonestos, a ambiciones rastreras, a
cálculos delictuosos, a demostraciones hipócritas, a alegrías humillantes para el alma y a la pérdida de vuestra dignidad espiritual. Hombre como vosotros, yo también estuve sometido a las leyes de la materia y vengo a deciros que Dios quiere la posesión de vuestra alma toda entera. Acumulad tesoros para el porvenir en Dios y despreciad las riquezas terrenas. Destruid vuestra ambición por los honores humanos y mereced los celestes. Empezad la reforma de vuestros gustos depravados, de vuestros hábitos licenciosos, destronad el orgullo y el egoísmo para hacer resplandecer la modestia y la caridad. Adorad a Dios, como la luz y la libertad, como la calma y la fuerza, la inteligencia y la pureza y no lo insultéis más con oraciones hechas sin la compresión de sus atributos que quieren la libertad, la calma, la fuerza, la inteligencia y la pureza de vuestros deseos, de vuestro amor, de vuestra fe y de
vuestra esperanza. Permaneced en la paz conmigo, vosotros que queréis seguirme, y pronunciad
en la efusión de vuestro corazón, la oración que os voy a dictar para terminar este capitulo Dios mío, haz que este mundo se me represente tal como es realmente: un lugar de pruebas, un fardo doloroso, una habitación fría y temporal; mas endulza las amarguras de la prueba, alivia el fardo, con el concurso de las almas hermanas de la mía y descubre a mis miradas el cuadro deslumbrador de las fastuosas recompensas, debidas a la eterna gravitación de los espíritus, para conquistar la espiritualidad pura
en tu aureola y en tu gloria.

martes, 1 de abril de 2014

LA RECETA DE LA FELICIDAD


 La receta de la felicidad es un texto maravilloso, que me identifico bastante con Tadeo discípulo de Jesús como era y lo que el sentía. al interpretar la felicidad que es la paz de todos.
Tadeo, aficionado a los comentarios más fervorosos, en el culto de la Buena Nueva en casa de Pedro, se había entusiasmó durante  la reunión, con el enunciado de los deberes para la felicidad humana y protestaba al mismo tiempo contra los dominadores de Roma y  los rabinos del Sanedrín.
Excitado por una inocultable rebeldía, hizo  una extensa disertación sobre la discordia y el sufrimiento que reinaba en el pueblo, ubicando su causa  en las deficiencias políticas de la época,  después de que expuso algunas consideraciones importantes acerca del  asunto, Jesús le preguntó
Tadeo, ¿cómo interpretas tú la felicidad?
 Señor, la felicidad es la paz de todos.
 Cristo esbozó una significativa expresión en su fisonomía y adujo:
 Así es,  Tadeo no ignoro eso; entre tanto, estimaría saber qué te haría realmente feliz.
El discípulo, con cierta timidez, enunció:
Maestro, supongo que expresaría la suprema tranquilidad si llegara a comprender a los otros. Deseo, en tal sentido, que mi prójimo no desprecie mis intenciones nobles y puras. Sé que  muchas veces, me equivoco, porque soy humano; no  obstante, estaría satisfecho si quienes  conviven conmigo  reconocieran mi sincero propósito de acertar.
Gozaría de un bendito júbilo si pudiese confiar en mis semejantes, y si ellos me dispensaran la debida consideración  de que me sienta acreedor, en concordancia con la elevación de mi ideal.
Ansío ser respetado por todos  para que  pueda trabajar sin impedimentos.
Sería motivo de regocijo que la maledicencia se olvidara de mi.
Vivo con la expectativa de la cordialidad ajena y en mi opinión, el mundo  sería un paraíso, si las personas  comunes se tratasen de acuerdo con mi anhelo sincero de ser respetado por los demás. La indiferencia y la calumnia me duelen en el corazón.
Considero que el sarcasmo y la sospecha han sido organizados por los Espíritus de las tinieblas, para  tormento de las criaturas humanas.
La crueldad es amargura, cuando está dirigida en contra mía; la maldad es un fantasma doloroso cuando sale a mi encuentro. En razón de todo eso, me sentiría venturoso si mis parientes, allegados y coterráneos me buscaran, no por lo que aparento ser en las imperfecciones del cuerpo, sino por
 el contenido de buena voluntad que presumo conservar en mi alma.
Por encima de todo, Señor, estaría sumamente satisfecho si cuántos peregrinan conmigo me concediesen el derecho de experimentar libremente mi género de felicidad personal, desde que me sienta aprobado por el código del bien, en el campo de mi conciencia, sin ironías y críticas absurdas.
Resumiendo, Maestro, quisiera recibir la comprensión el respeto y la estima de todos,  aunque no sea, aún, el modelo de perfección que el Cielo espera de mí, con el bendito aporte del dolor y del tiempo.
El apóstol se quedó en silencio, y se insinuó en el humilde salón un  incontenible movimiento de curiosidad ante la opinión que  Cristo adoptaría.
Algunos de los compañeros esperaban que el Amigo Celestial hiciera uso de la palabra en una extensa disertación, pero el Maestro detuvo su limpia mirada  en el discípulo y habló con franqueza y dulzura:
 Entonces, Tadeo, si  tu propósito es la alegría y la felicidad de todo el mundo, haz a los otros como deseas que los otros,  hagan contigo. Si cada hombre caminara según esa misma norma, en breve propagaríamos
en la  en la Tierra la dicha del paraíso.