jueves, 15 de agosto de 2013

EL PARAÍSO PERDIDO

Para explicar el origen del hombre, Moisés relata en el libro bíblico «Génesis», la historia de Adán y Eva, que habrían sido los primeros seres humanos, creados por Dios para habitar un jardín de delicias. Tentados por la serpiente, comieron el fruto prohibido del árbol de la ciencia y fueron expulsados del paraíso hacia la Tierra, donde su supervivencia dependería de su propia labor.
Se trataba de una explicación adecuada al nivel de comprensión del pueblo judío de la época mosaica, pero que no puede ser considerada como verdad absoluta en la actualidad, señalada por el progreso intelectual y científico.
Las teorías que identifican en las razas humanas el resultado del perfeccionamiento biológico, a través de los milenios, de los organismos primitivos que inicialmente poblaron la Tierra, son hoy ampliamente difundidas, aceptadas por la comunidad científica y confirmadas por el Plano Espiritual. Los recientes descubrimientos de la Antropología y la Arqueología no solo han confirmado esas teorías, sino también proporcionado argumentos a favor de la tesis de la población simultánea de varias regiones del Planeta, por medio de razas diferentes, con caracteres físicos singulares, lo que denota su origen diversificado y un desenvolvimiento independiente.
No obstante, la simbología de la narración mosaica refleja un fenómeno usual en el proceso de desarrollo y evolución de los globos y de los Espíritus que los habitan. Los mundos progresan a través del crecimiento en moralidad y saber de los seres que viven en ellos. Cuando un planeta alcanza una fase culminante en su transición evolutiva, los espíritus que no han acompañado el progreso general del orbe y en él se han transformado en elementos de perturbación del bienestar de la colectividad, son conducidos a mundos menos adelantados, donde aplicarán su inteligencia y la intuición de los conocimientos adquiridos, en beneficio del progreso de la humanidad que los habita. Al mismo tiempo expiarán, en contacto con las difíciles condiciones de vida de su nuevo ambiente y entre pueblos más atrasados, las faltas pasadas y la obstinación voluntaria, sufriendo la opresión del dolor que los impulsará hacia la renovación. Esas emigraciones entre los diversos mundos del Universo son periódicas y se pueden efectuar con los elementos de un pueblo, una raza, o con los habitantes de un planeta.
En el Génesis, Moisés registra las reminiscencias de un grupo de espíritus, personificados por Adán y Eva, que emigró hacia la Tierra, proveniente de un planeta del sistema orbital de la estrella que llamamos Cabra o Capela, que pertenece a la constelación del Capricornio.
Hace miles de años, ese planeta del sistema de Capela, que guarda mucha afinidad con el globo terrestre, alcanzó la culminación de uno de sus extraordinarios ciclos evolutivos. Allí había algunos millones de espíritus rebeldes, en el camino de la evolución general, que dificultaban la consolidación de la arduas conquistas de aquellos pueblos llenos de piedad y virtudes; pero una acción de saneamiento general habría de expulsarlos de aquella humanidad, que había hecho un culto de la concordia perpetua, para edificar sus elevados trabajos.
Las grandes comunidades espirituales, directoras del Cosmos, deliberaron entonces acerca de localizar a esas entidades, pertinaces en el crimen, aquí en la Tierra lejana, donde aprenderían a realizar, por el dolor y los trabajos penosos del ambiente, las grandes conquistas del corazón e impulsarían, simultáneamente, el progreso de sus hermanos inferiores.
Sufriendo el dolor del exilio y de la separación de sus afectos, fueron recibidos por Jesús que, con sus amorosas advertencias despertó sus esperanzas de redención en el porvenir y los invitó a cooperar fraternalmente para el perfeccionamiento de la raza primitiva que habitaba el orbe. Jesús les prometió asistencia cotidiana y su futura venida, para indicarles el camino que habría de posibilitarles el retorno « paraíso perdido».
Con el auxilio de esos espíritus endeudados y afligidos, que reencarnaron en las regiones de la Tierra que ya estaban habitadas por los clanes y pueblos primitivos, las falanges de Jesús procedieron al perfeccionamiento de los caracteres biológicos de las razas humanas y sentaron las bases del progreso y la civilización en el Planeta.
Al vivir en medio de pueblos primitivos, todavía en estado de barbarie, esas entidades se sintieron degradadas, en un ambiente rudo, para expiar sus faltas. Alentaban el retorno al «paraíso perdido» cuyo recuerdo intuitivo se propagó a través de las generaciones y fue relatado en las páginas bíblicas.
La figura de Adán debe ser interpretada, como símbolo de la Humanidad.  La palabra hebrea Haadan no es un nombre propio, sino significa: el hombre, en general, la humanidad. Su desobediencia a las determinaciones divinas representa la infracción a las leyes del bien, en que incurren los hombres, particularmente los exiliados del sistema de Capela, al dejarse dominar por los instintos materiales.
Programa IV Aspecto Filosófico
El árbol de la ciencia es una alegoría referente a la posibilidad de que el hombre discernía entre el bien y el mal, a través del progreso en conocimiento y del consecuente desenvolvimiento de su libre albedrío, que acarrea la responsabilidad sobre sus actos. Así, al mismo tiempo que el árbol de la ciencia simboliza el crecimiento en saber, implica también responsabilidad del hombre por sus opciones ante la vida.
El fruto del árbol de la Ciencia, que florece en medio del «jardín de las delicias»,
corresponde al producto de la evolución material y se constituye en objeto de los deseos materiales del hombre Comer el fruto es dejarse vencer por las tentaciones de la materia, en detrimento de las conquistas espirituales que les corresponde realizar. El árbol de la vida simboliza la vida espiritual, es una referencia a las conquistas morales y demás bienes del espíritu, que el orbe del sistema de Capela había concretado y que los exiliados ya no podrían aprovechar, por haber perdido la armonía con el ambiente espiritual del planeta.
La muerte, de la que son alertados por la palabra divina, corresponde a los resultados de la infracción a los principios del bien. Es un término utilizado en el sentido espiritual e implica la imposibilidad de que las entidades se beneficiaran con las adquisiciones que serían el resultado de la evolución moral, e incluso de su permanencia en su planeta de origen y del contacto con las virtudes desarrolladas por los que allí quedaban.
La serpiente simboliza, por su forma y modo de locomoción, la sinuosidad de los malos consejos que, al esquivar los obstáculos de la conciencia, consiguen alcanzar al ser, al encontrar los resquicios de su inferioridad en lo más recóndito de su corazón.
De tal modo, las enseñanzas espíritas, relativas a la raza adámica, esclarecen el mito registrado en el Génesis y proporcionan una explicación racional para las reminiscencias de las promesas de la venida del Mesías, encontradas en diversas comunidades terrestres.
Un gran número de entidades exiliadas recién pudieron retornar a su orbe de origen, después de muchas existencias de pruebas y expiaciones. Sin embargo, algunas todavía se encuentran en la Tierra, por su persistencia en el mal.
Raza adámica Génesis de la 3º revelación de Allan Kardec 
De acuerdo con la enseñanza de los espíritus, fue una de esas grandes inmigraciones, o, si se prefiere, una de esas colonias de espíritus, llegada de otra esfera, la que dio nacimiento a la raza simbolizada por Adán, que, por tal razón, es denominada raza adámica. La Tierra estaba poblada desde hacía mucho tiempo cuando llegaron los espíritus que componían tal colonia, así como América se encontraba habitada ya cuando llegaron los europeos.
La raza adámica, más adelantada que aquellas otras que la precedieron, era la más inteligente y la que impulsó a las demás a progresar. El Génesis la describe como una raza trabajadora y hábil en las artes y las ciencias, desde sus comienzos, lo cual no es común en las razas primitivas, y concuerda con la opinión de que lo componían espíritus que ya habían progresado. Todo prueba su escasa antigüedad sobre la Tierra, así como nada contradice conceptuar sus pocos miles de años en el planeta. Por el contrario, todo eso lo La doctrina que intenta explicar que el origen de todo el género humano deriva de una pareja de seis mil años de antigüedad, es inadmisible en el estado actual de los conocimientos. A continuación resumimos las principales consideraciones de orden físico y moral que la contradicen:
Desde el punto de vista fisiológicos, ciertas razas presentan características físicas especiales que impiden asignar a todas un origen común. Hay diferencias que no son producto del clima, ya que los blancos que se reproducen en países de negros no se vuelven negros, y viceversa. El ardor motivado por el sol tuesta y broncea la epidermis, pero no ha convertido jamás a un blanco en negro, no ha achatado su nariz, cambiado los rasgos de su fisonomía ni transformado las hebras sedosas en motas. Hoy se sabe que la raza negra debe su color a un tejido subcutáneo particular, propio de la especie, denominado melanina.
Debemos considerar que las razas negra, mongólica y caucásica tuvieron orígenes propios y nacieron simultánea o sucesivamente en diferentes partes del globo. Sus cruces produjeron razas mixtas secundarias. Los caracteres fisiológicos de las razas primitivas son una señal evidente de que provienen de tipos especiales. Las mismas consideraciones valen tanto para el hombre como para los animales, en cuanto a la pluralidad de orígenes (cap. X, n.º 2)
Adán y sus descendientes son representados en el Génesis como hombres esencialmente inteligentes, ya que, desde la segunda generación, construyen ciudades, cultivan la tierra y trabajan metales. Sus progresos en el terreno de las artes y las ciencias son rápidos y constantes. No se podría concebir que tamaña fuente tuviese por retoños tantos pueblos atrasados y de inteligencia tan rudimentaria, al punto que aún en nuestros días se codean con la animalidad. ¿Cómo pudieron haber perdido toda huella y hasta el mínimo recuerdo tradicional de lo que sus padres hacían? Una diferencia tan radical en las aptitudes intelectuales y en el desarrollo moral testifica, con no menor evidencia, la diferencia de origen.  Independientemente de los hechos geológicos, la prueba de la existencia del hombre sobre la Tierra antes de la época determinada por el Génesis, la obtenemos de la población del globo.
Sin hacer referencia a la cronología china, que se remonta a treinta mil años atrás, documentos más dignos de autenticidad atestiguan que Egipto, la India y otras comarcas estaban habitadas, y en su apogeo, como mínimo tres mil años antes de la era cristiana; en consecuencia, mil años después de la creación del primer hombre, según la cronología bíblica. Documentos y observaciones recientes no dejan ninguna duda acerca de las relaciones existentes entre América y el antiguo Egipto, de donde deducimos que esa comarca ya se hallaba poblada en esa época. Sería necesario admitir, entonces, que en mil años la posteridad de un solo hombre pudo cubrir la mayor parte de la Tierra; mas tal fecundidad sería contraria a todas las leyes antropológicas.
Tal imposibilidad se nos muestra aún más evidente si admitimos, con el Génesis, que el diluvio destruyó a todo el género humano, con excepción de Noé y su familia, que por otra parte no era numerosa, en el año 1656 del mundo, es decir, 2348 años antes de la era cristiana. Noé sería, entonces, el responsable de la población del planeta. Ahora bien, cuando los hebreos se establecieron en Egipto, 612 años después del diluvio, sólo ellos hubieran podido poblar un poderoso imperio, sin contar a los habitantes de las otras comarcas, pues no es admisible que los descendientes de Noé en menos de seis siglos se hayan reproducido de tal forma.
Hacemos notar, también, que los egipcios recibieron a los hebreos como a extranjeros y que sería sorprendente que hubiesen perdido el recuerdo de una comunidad de origen tan cercano, mientras que conservaban religiosamente los momentos de su historia.
Una rigurosa lógica, corroborada por los hechos, demuestra de la manera más perentoria que el hombre se halla en la Tierra desde un tiempo indeterminado muy anterior a la época que señala el Génesis. Existe de igual forma, una diversidad de orígenes primitivos, ya que demostrar la imposibilidad de una proposición es demostrar la proposición contraria. Si la Geología lograra descubrir huellas auténticas de la presencia humana antes del gran diluvio, la demostración sería más completa.
Los mundos progresan físicamente por la elaboración de la materia y moralmente por la depuración de los espíritus que en ellos viven. La felicidad está en relación directa con el predominio del bien sobre el mal, y a su vez, el predominio del bien es producto del adelanto moral de los espíritus. El progreso intelectual no basta, ya que con la inteligencia pueden hacer el mal.
La Exposición Universal de 1867 presentó antigüedades mexicanas que no dejan duda alguna sobre las relaciones que los pueblos de esta comarca tuvieron con los antiguos egipcios. León Méchedin, en una nota colocada en una de las paredes del templo mexicano donde realizaba dicha Exposición, expresó lo siguiente:
“No es conveniente publicar antes de tiempo los descubrimientos que acerca de la historia del hombre ha hecho la reciente expedición científica de México. Pero nada se opone a que el público sepa que la exploración señaló la existencia de un gran número de ciudades desdibujadas por el tiempo, pero que gracias a la piqueta y al fuego podrán salir de sus mortajas. Las investigaciones pusieron al descubierto tres capas de civilización, las cuales otorgan al mundo americano una antigüedad fabulosa.”
Cada día la ciencia opone un nuevo argumento a la doctrina que pretende que la aparición del hombre sobre la Tierra data de 6.000 años atrás y de una fuente única. [N. de A. Kardec.]
En la Revista Espírita de enero de 1862 publicamos un artículo donde exponíamos nuestra interpretación sobre la doctrina de los ángeles caídos y presentamos esta teoría sólo como hipótesis, ya que nos basábamos en una opinión personal controvertible, pues en ese momento carecíamos de elementos imbatibles como para lanzar una afirmación absoluta: habíamos formulado la hipótesis en calidad de ensayo y para provocar el examen, mas determinados a abandonarla o modificarla si era preciso. Esta teoría pasó con admirable éxito la prueba del control universal. No sólo ha sido aceptada por la mayoría de los espíritas como la teoría más racional y más acorde con la soberana justicia divina, sino que ha sido confirmada por la generalidad de las instrucciones dadas por los espíritus al respecto. Lo mismo ocurre con la que se ocupa del origen de la raza adámica. [N. de A. Kardec.]
Cuando un mundo llega a uno de esos períodos de transformación que lo hará ascender de jerarquía, se operan mutaciones en su población encarnada y desencarnada; es entonces cuando ocurren las grandes emigraciones e inmigraciones (n.º 34 y 35). Quienes, a pesar de su inteligencia y su saber, perseveran en el mal, en su rebeldía contra Dios y sus leyes, son una traba para el progreso moral ulterior, una causa permanente de inquietud para el reposo y la felicidad de los buenos; razón por la que son excluidos y enviados a mundos adelantados, donde aplicarán su inteligencia y la intuición de los conocimientos adquiridos para ayudar a progresar a quienes los rodean, al mismo tiempo que expiarán, a través de una serie de penosas existencias, caracterizadas por el trabajo duro, sus faltas pasadas y su endurecimiento voluntario.
¿Qué papel desempeñarán ellos en medio de esos pueblos aún en la infancia de la barbarie, si no es el de ángeles o espíritus caídos enviados en misión expiatoria? ¿Acaso no será para ellos un paraíso perdido el mundo del cual fueron expulsados? Y tal morada, ¿no sería para ellos un lugar de delicias, en comparación con el medio ingratos en el cual se encontrarán relegados durante miles de siglos, hasta que hayan merecido su liberación? El vago recuerdo intuitivo que conserven será para ellos como un espejismo lejano que les recordará lo que han perdido por su falta. Al mismo tiempo que los malos abandonan el mundo que habitaban, otros espíritus mejores los reemplazan. Para éstos, que llegan de un mundo menos avanzado, al que dejaron gracias a sus propios méritos, el nuevo hogar será una recompensa. Así es como la población espiritual se renueva y purga de sus peores elementos, con lo cual el estado moral del mundo mejora.
Estas mutaciones a veces son parciales, es decir, limitadas a un pueblo, a una raza; otras veces son generales, mas esto acontece cuando el período de renovación llega para el mundo.
La raza adámica presenta todos los caracteres de una raza proscrita. Los espíritus que la componen fueron exiliados en la Tierra, ya poblada, pero por hombres primitivos, inmersos en la ignorancia, a quienes debía hacer progresar llevándoles las luces de una inteligencia desarrollada. ¿Y acaso no es tal el papel desempeñado por esa raza hasta el presente? Su superioridad intelectual prueba que el mundo de donde provenía era más avanzado que la Tierra. Pero ese mundo estaba a punto de entrar en una nueva fase de progreso y esos espíritus, debido a su obstinación, no supieron adaptarse a las nuevas condiciones. Su desubicación hubiera significado un obstáculo para la marcha providencial de los acontecimientos. Por este motivo fueron excluidos, al tiempo que otros merecieron ocupar sus lugares.
Al relegar a esta raza a un mundo de trabajo y sufrimientos, Dios tuvo razón en decir: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. En su mansedumbre, le prometió que le enviaría un Salvador, quien le señalaría la ruta a seguir para poder escapar de este lugar de miserias, de este infierno, y alcanzar la bienaventuranza de los elegidos. Este Salvador, que Él envió en persona de Cristo, enseñó la ley de amor y caridad, desconocida por ellos, la que debía ser la verdadera áncora de su salvación.
Para lograr que la Humanidad avance en determinado sentido, espíritus superiores, aunque sin alcanzar las cualidades de Cristo, encarnan de tiempo en tiempo sobre la Tierra para llevar a cabo misiones especiales, las que ayudarán al mismo tiempo a su progreso personal si las cumplen de acuerdo con los designios del Creador.
Sin la reencarnación, la misión de Cristo no tendría sentido, así como la promesa hecha por Dios. Supongamos que el alma de cada hombre se crease en el instante del nacimiento de su cuerpo y que apareciese y desapareciese sólo una vez sobre la Tierra; no habría, en tal caso, relación entre aquellas de la edad adámica y las de la época de Cristo, ni tampoco entre las que llegaron posteriormente; todas serían extrañas entre sí. La promesa hecha por Dios de enviar un Salvador no podría aplicarse a los descendientes de Adán si sus almas no habían sido creadas todavía. Para que la misión de Cristo pudiese relacionarse con las palabras de Dios, era preciso que se llevase a cabo con las mismas almas. Si estas almas fuesen nuevas no podrían estar manchadas por la falta del primer padre, quien es sólo el padre carnal y no el padre espiritual, puesto que si no Dios hubiese creado almas mancilladas por una falta que no podría influir sobre ella, ya que no existían en el momento de producirse el pecado. La doctrina popular del pecado original implica la necesidad de establecer una relación entre las almas de la época de Cristo y las del tiempo de Adán. En consecuencia, es preciso aceptar la reencarnación.
Decid que todas esas almas formaban parte de la colonia de espíritus exiliados en la Tierra en tiempos de Adán y que se hallaban mancilladas por los vicios que motivaron su exclusión de un mundo mejor, y tendréis la única interpretación racional del pecado original, pecado propio de cada individuo y no el producto de la responsabilidad de la falta de un tercero a quien jamás se ha conocido. Decid que esas almas, o espíritus, renacen en la Tierra incorporadas en la vida material en múltiples oportunidades para progresar y depurarse y que Cristo llegó para iluminar a esas mismas almas, no sólo en razón de sus vidas pasadas, sino en vista de sus existencias ulteriores, y únicamente entonces daréis a su misión la dimensión real y formal que puede ser aceptada por la razón. Un ejemplo cotidiano, sorprendente por su analogía, hará más comprensible aún el significado de los principios que acabamos de exponer:
El 24 de mayo de 1861 la fragata Ifigenia llegaba a Nueva Caledonia llevando consigo una compañía disciplinaria compuesta por 291 hombres. El comandante de la colonia les leyó en el momento de su llegada la orden del día, redactada en los términos que siguen:
“Al llegar a esta tierra lejana, vosotros ya habéis comprendido el papel que os está reservado.
“Siguiendo el ejemplo de los valientes marinos que trabajan a vuestro lado, nos ayudaréis a llevar con hidalguía, a las tribus salvajes de la Nueva Caledonia, la antorcha de la civilización. ¿No es acaso la vuestra una hermosa y noble misión? Creo que la cumpliréis dignamente.
“Escuchad las órdenes y los consejos de vuestros superiores. Yo soy su cabeza; deseo que entendáis bien mis palabras.
“La elección de vuestro comandante, oficiales, suboficiales y cabos constituye una garantía segura de los esfuerzos que se intentarán para hacer de vosotros excelentes soldados. Es más, para elevaros a la altura de buenos ciudadanos y transformaros en colonos honorables si así lo deseáis.
“Vuestra disciplina será severa; debe serlo. Puesta en nuestras manos, será firme e inflexible, sabedlo bien; mas también, justa y paternal; ella sabrá distinguir el error del vicio y de la degradación...”
A estos hombres, expulsados por su mala conducta de un país civilizado y enviados en castigo a convivir con un pueblo bárbaro, ¿qué les dice su jefe?
“Habéis infringido las leyes de vuestro país; allí fuisteis causa de inquietud y escándalo; fuisteis expulsados. Os envían aquí, pero podréis redimiros de vuestro pasado mediante el trabajo; podréis crearos una posición honorable y convertiros en honestos ciudadanos. Tenéis una hermosa misión que cumplir: civilizar tribus salvajes. La disciplina será severa, pero justa, pues sabremos distinguir a quienes se conduzcan correctamente. Vuestro destino depende de vosotros; podéis mejorarlo si así lo deseáis, ya que poseéis vuestro libre arbitrio.”
Para esos hombres relegados en medio de la barbarie, ¿no es acaso la madre patria un paraíso perdido por sus faltas y su rebelión contra la ley? En esa tierra lejana, ¿no son ellos ángeles caídos? ¿Las palabras del comandante no se asemejan a las que Dios formuló a los espíritus exiliados en la Tierra?: “Habéis desobedecido mis leyes, y es por eso que os he exiliado del mundo donde hubierais podido vivir felices y en paz. Aquí estaréis condenados a trabajar, mas podréis, por vuestra buena conducta, merecer el perdón y reconquistar la patria que habéis perdido por vuestra falta, es decir, el cielo.”
En un primer momento, la idea de decadencia parece encontrar en contradicción con el principio que establece que los espíritus no pueden retroceder. Mas es necesario pensar que no se trata de un regreso al estado primitivo. El espíritu, aunque en una posición inferior, no pierde nada de lo que ya ha adquirido, su desarrollo moral e intelectual es el mismo, sea cual fuere el medio en el que se halle. Está en la misma posición del hombre de mundo condenado a la cárcel por sus fechorías. Ciertamente, se halla degradado, venido a menos en lo que respecta a su situación social, mas no se volverá ni más estúpido ni más ignorante. ¿Podemos pensar acaso que esos hombres enviados a Nueva Caledonia van a transformarse de repente en modelos de virtud, que van a abjurar de golpe de sus errores pasados? Para pensar así, sería preciso no conocer a la Humanidad. Por la misma razón, los espíritus de la raza adámica, una vez trasplantados en esta tierra de exilio no se despojaron inmediatamente de su orgullo y malos instintos; mucho tiempo aún conservaron sus tendencias originales, un resto del antiguo cáncer, pues bien, ¿no es ése el pecado original?
documentación recogida en en Génesis de Allan Kardec.