domingo, 23 de diciembre de 2012

LA LIBERTAD NATURAL Y LA ESCLAVITUD


La libertad es la condición básica para que el alma construya su destino. Al principio
parece limitada a las necesidades físicas, condiciones sociales, intereses o instintos. Pero
cuando se analiza el problema más profundamente, se ve que la libertad, aunque incipiente,
es siempre suficiente para permitir que el hombre rompa ese círculo restringido y construya
a voluntad su propio futuro.
«Intrínsecamente libre, creado para la vida feliz, el hombre trae, sin embargo, grabados
en la propia conciencia, los límites de su libertad.
Jamás debe constituir un obstáculo en la senda por donde avanza su prójimo, le está
vedado explotar otras vidas, bajo ningún argumento, de las que pueda coartar el derecho
a la libertad.
 La libertad emana de la legítima responsabilidad y no puede triunfar sin esta
última.
La responsabilidad surge de la madurez personal en relación con los deberes morales
y sociales, que son el problema matriz que promueve los legítimos derechos humanos.
Por la ley natural todos los seres poseemos derechos que, no obstante, no eximen
a ninguno de las respectivas obligaciones que provienen de su uso.
A toda criatura le es concedida la libertad de pensar, hablar y obrar, siempre que esa
concesión implique el respeto a los derechos semejantes del prójimo.
Ser libre, por lo tanto, es saber respetar los derechos ajenos, porque  desde que
estén juntos dos hombres, existen entre ellos derechos recíprocos que les corresponde
respetar  Vivimos en un planeta que se caracteriza por el predominio del mal sobre el bien; es
un planeta inferior donde sus habitantes están sometidos a pruebas y expiaciones; de ahí
que sea común que muchos Espíritus no posean el discernimiento natural para el empleo
de la libertad que Dios les concedió. Que haya abusos de poder, puestos de manifiesto
en las tentativas del hombre de esclavizar a sus semejantes, en diferentes formas e
intensidades, constituye un ejemplo típico del mal uso de esta ley natural.
A medida que el ser humano evoluciona, crece con él la responsabilidad sobre sus
actos, sobre sus manifestaciones verbales y aún sobre sus pensamientos. En este nivel
evolutivo comienza a comprender que la libertad no se traduce en hacer o dejar de hacer
determinada cosa, irresponsablemente. Empieza a controlar su línea de conducta, de
manera que ésta no alcance desastrosamente al prójimo. Comprende en fin, que su
libertad termina donde comienza la de sus semejantes.
La voluntad personal o libre albedrío es entonces ejercitada de una manera más
coherente, más responsable. El Libre Albedrío se define como la  facultad que tiene el
individuo de determinar su propia conducta, o en otras palabras, la posibilidad que tiene
de elegir, entre dos ó más razones suficientes para querer y obrar, una de ellas y hacer que
prevalezca sobre las demás».
Sin el libre albedrío el hombre no tendría el mérito de practicar el bien o evitar el
mal, pues si la voluntad y la libertad del Espíritu no fueran ejercitadas, el hombre no sería
más que un autómata. Por el contrario, con el libre albedrío, el individuo se transforma
en el arquitecto de su propia vida, de su felicidad o desdicha, de su mayor responsabilidad
en cualquier acto que practique.
La libertad y el libre albedrío guardan una correlación fundamental en la criatura
humana y aumentan de acuerdo con su elevación y conocimiento. Si por un lado
tenemos la libertad de pensar, hablar y obrar, por otro el libre albedrío nos confiere la
responsabilidad de nuestros actos, por haber sido practicados libremente y por nuestra
propia voluntad.
La sujeción absoluta de un hombre a otro es un error gravísimo, de consecuencias
desastrosas para quien lo practica. La esclavitud, sea física, intelectual o socio-económica
es siempre un abuso de la fuerza que tiende a desaparecer con el progreso de la
humanidad... Es un atentado a la Naturaleza, donde todo es armonía y equilibrio. Quien
agrede arbitrariamente, cercenando la libertad de los otros, esclavizándolos mediante los
diversos procesos que ofrece el mundo moderno, sufre la natural consecuencia que es el
azote del dolor, que despierta y corrige, educa y eleva hacia los niveles superiores de la
vida. Nuestra libertad no es absoluta porque vivimos en Sociedad, donde debemos respetar
los derechos de las personas. Con base en este precepto resulta absurdo aceptar cualquier
forma de esclavitud: física, social, económica, ideológica, religiosa, etc.
Durante mucho tiempo se aceptó como justa la esclavitud de los pueblos
vencidos durante las guerras; así como fue permitido por los códigos terrestres que los
hombres de ciertas razas fueran cazados y vendidos como bestias de carga, en la falsa
suposición de que eran inferiores y, tal vez, no fuesen nuestros hermanos de humanidad.
Cupo al Cristianismo mostrar que ante Dios sólo existe una especie de hombres
y que, más o menos puros y elevados, ellos lo son no por el color de la epidermis o de
la sangre, sino por el espíritu; es decir, por la mejor comprensión que tengan de las
cosas y principalmente por la bondad que impriman sus actos.
Con la abolición de la esclavitud todos podemos disponer libremente de nuestras
vidas.
 Sin dudas, estamos todavía muy distantes de una experiencia mundial de
respeto integral a las libertades humanas; no obstante, ya las aceptamos como un ideal
que debe ser alcanzado y eso es un gran paso, pues tal comprensión habrá de elevarnos,
día más o día menos, a ese estado de paz y felicidad al que todos aspiramos.
LIBERTAD
Para ser libre de la mundana escoria
Y alcanzar la inmensidad radiante y bella
Supera los rígidos furores de la borrasca
Que te estremece en la carne transitoria.
Abandona los adornos de la ilusión corpórea
Y abraza la extraña y rigurosa tutela
De la aflicción, que te humilla y te flagela
En tu camino de esperanza y gloria.
Encadenado así a la cruz de tu propio sueño,
¡Transpone las tinieblas del abismo aterrador
En los supremos martirios de la ansiedad! ...
Y, ave distante del lodo terrestre,
Celebrarás en la pompa de Áureas Cumbres,
La conquista de la Eterna Libertad.

jueves, 20 de diciembre de 2012

EL ARREPENTIMIENTO Y EL PERDON


 Muy frecuentemente consideramos al perdón como un simple acto de virtud y
generosidad para auxiliar al ofensor, que de tal manera pasaría a contar con la absoluta
magnanimidad de la víctima .
«No obstante, es desumaimportancia que comprendamosque cuando conseguimos disculpar
el error o la provocación que alguien nos dirige, liberamos al mal de todo compromiso para con
nosotros, al mismo tiempo que nos desprendemos de todo lazo capaz de ligarnos a él.
El disgusto, cuando reiterado, es una enfermedad del Espíritu, que corroe las fuerzas
físicas y envenena el alma. Para mantener la paz interior es necesario, ante cualquier ofensa,
perdonar siempre.
Evidentemente no nos referimos al perdón que proviene tan sólo de los labios, de la
simple expresión de una fórmula social. El acto de perdonar debe ser un acto cargado de
sentimiento; debe ser puro, como que proviene del corazón. Por sobre todo es una forma de
alcanzar la reconciliación. Es necesario perdonar incesantemente, por eso Jesús dijo a Pedro
(Mateo, 18:15, 21, 22) que no debería perdonar solamente siete veces, sino setenta veces si Sin embargo, hay dos maneras muy diferentes de perdonar: una es grande, noble,
verdaderamente generosa, sin segunda intención, que con delicadeza evita herir el amor propio
y la susceptibilidad del adversario, aún cuando este último no pueda tener justificativo alguno;
la segunda es aquella según la que el ofendido, o aquel que así se considera, impone al otro
condiciones humillantes y le hace sentir el peso de un perdón que irrita, en vez de calmar; si
tiende su mano al ofensor no lo hace con benevolencia, sino con ostentación, a fin de poder
decir a todos: ¡Mirad qué generoso soy! En esas circunstancias es imposible llegar a una
reconciliación sincera de las partes. No, ahí no hay generosidad sino solamente una forma de
satisfacer el orgullo.
En la convivencia familiar somos constantemente incitados a perdonar, debido a que
estamos ante antiguos adversarios de otras experiencias reencarnatorias, que se presentan
hoy bajo el aspecto de cónyuges, hijos o familiares cercanos.  Necesitamos mucho más
del perdón dentro de casa, que en el medio donde se desenvuelve la lucha social, y mucho más
apoyo recíproco en el ambiente en el que somos convocados a servir, que en las ruidosas
avenidas del mundo.
Como un medio de auxilio a nosotros mismos, necesitamos cultivar la comprensión y
el apoyo constructivo , para amparar sistemáticamente a familiares y vecinos, jefes y
subalternos , a clientes y socios; respetar constantemente la vida privada de los amigos
íntimos; tolerar a los seres amados, aportando paciencia y olvido ante cualquier ofensa que
asalte a los corazones.
Si obramos de esta manera estaremos en condiciones de entender el perdón de Dios
para con todos nosotros.   Él perdona concediendo al deudor o culpable un plazo ilimitado,
y le proporciona los medios y las posibilidades de rescatar su débito.
Entonces, ¿qué más puede desear un deudor honesto y probo?
¿Sería, acaso, preferible que Dios dispensase a los deudores del pago de sus deudas?
Seguro que no, por dos motivos apreciables.
Primero, porque es mucho más digno y noble para el deudor pagar su débito que eximirse
de esa obligación por complacencia, misericordia o compasión del acreedor.
Otra razón no menos digna de ser tenida en cuenta es la siguiente: en la lucha emprendida
para reparar la falta cometida, el Espíritu desarrolla sus poderes de manera que, al fin de la
contienda, se siente con sus facultades aumentadas y, nos es raro, que también desdobladas en
nuevas capacidades.
Dios está siempre dispuesto a perdonarnos y  su manera de perdonar consiste en
conceder un largo plazo y, al mismo tiempo, proporcionar al deudor todas las posibilidades y
medios para pagar.
A pesar de esto debemos comprender que el perdón no es una gracia concedida por
Dios. Existe la necesidad de una actitud sincera y efectiva de arrepentimiento, además del
consecuente pedido de perdón.
El arrepentimiento es el reconocimiento verdadero, por parte del infractor, del mal o
error cometido. Es la confesión íntima e insoslayable de la violación a las leyes morales, que se
revela no sólo en el descontento por el acto cometido sino también en el empeño por repararlo
y no volver a reincidir en él.
«El arrepentimiento siempre llega a manifestarse a la conciencia que está en deuda con
la vida.»
«Al principio aparece como una reminiscencia de la falta cometida, de la que se suponía
que ya no existía ningún rastro; posteriormente, se establece el recuerdo del momento
desafortunado; más tarde, la idea rediviva dominante y por fin la obsesión del remordimiento,
avasalladora.»
 Si bien el arrepentimiento es el primer paso para la regeneración, no basta por sí
solo; son necesarias la expiación y la reparación.
Arrepentimiento, expiación y reparación constituyen, en consecuencia, las tres
condiciones necesarias para hacer desaparecer las señales de una falta e sus consecuencias. El
arrepentimiento atenúa las impresiones amargas de la expiación y abre, con la esperanza, el
camino de la rehabilitación; sin embargo, solamente la reparación puede anular su efecto, al
destruir la causa. De lo contrario el perdón sería una gracia, no una anulación.
El arrepentimiento puede producirse en cualquier lugar o momento; no obstante, si
fuera tardío, el culpable sufre por más tiempo.
Los Espíritus responden a Kardec (en la pregunta 991 de «El Libro de los Espíritus» ) que
el efecto del arrepentimiento es que el arrepentido desee una nueva encarnación para purificarse.
El Espíritu comprende cuales son las imperfecciones que lo privan de ser feliz y por eso
aspira a una nueva existencia, en la que pueda expiar sus faltas.»
La concesión renovadora, al infractor, como expresión del perdón divino, solamente se
hace efectiva mediante la aceptación del programa «kármico» por parte del perdonado.
 La expiación se cumple durante la existencia corporal, mediante las pruebas a las
que el Espíritu se halla sometido y, en la vida espiritual, por los sufrimientos morales, inherentes
al estado de inferioridad del Espíritu.»
Luego de la expiación de los errores del pasado sigue, finalmente, el rescate. «La reparación
consiste en hacer el bien a aquellos que se había hecho mal. Quien no repara sus errores en
una existencia, por debilidad o mala voluntad, en una experiencia posterior se encontrará en
contacto con las mismas personas con las que se hubiera disgustado y en condiciones elegidas
voluntariamente, de modo de demostrarles su reconocimiento y de hacerles tanto bien como
mal les haya hecho  practicando el bien como compensación por el mal practicado, es
decir, siendo humilde si se ha sido orgulloso, amable si se ha sido severo, caritativo si se ha
sido egoísta, indulgente si se ha sido perverso, laborioso si se ha sido perezoso, útil si se ha
sido inútil, frugal si se ha sido intemperante, en suma, cambiando por buenos los malos
ejemplos cometidos. Y de ese modo progresa el espíritu, valiéndose de su propio pasado
COMENTARIO MEDUMNICO
Tuvimos oportunidad de conocer, en un hospital de nuestra ciudad, a una criatura de
unos 8 a 10 años de edad, portadora de una severa enfermedad de formante. Sus miembros
estaban totalmente retorcidos, se presentaba con una delgadez extrema, debilitada y sentía
dolores atroces, que no cesaban ni aun después del uso de analgésicos de los más potentes.
Esta enfermedad se había presentado cuando recién acababa de cumplir el primer
año de vida.
Como consecuencia de la prolongada permanencia en cama, todo su cuerpo estaba
cubierto de heridas que aumentaban todavía más su sufrimiento.
Esta criatura despertaba gran compasión en quienes la conocían porque, a pesar del
malestar que la dolencia le provocaba, era un niño de notable inteligencia, que demostraba
extrema delicadeza en el trato y un candor de espíritu fuera de lo común. Nunca se lo vio
desesperado ni protestando por los dolores. A todos los que lo rodeaban demostraba gran
resignación en relación con el mal que lo había atacado.
Luego de abandonar su envoltorio corporal se manifestó en un grupo mediúmnico,
donde había personas que lo habían conocido cuando estaba encarnado y relató las causas
de los sufrimientos vividos.
En una determinada existencia terrestre había sido agraciado físicamente, rico, poderoso
y adulado. Había tenido bajo sus órdenes innumerables servidores, a pesar de que fuera una
persona frívola y orgullosa. Se había revelado contra Dios y perjudicado considerablemente
a sus semejantes.
Estando ya en el mundo espiritual, había conseguido percibir la enormidad de las
faltas cometidas se sumió en terribles remordimientos y sufrió mucho. Por dos veces
sucesivas retornó al mundo físico para redimirse y saldar sus deudas para con la ley.
A través de la comunicación mediúmnica dejaba entender que entonces se hallaba
feliz, en una buena situación espiritual, demostrando que las lecciones extraídas de la
experiencia carnal evidencian, siempre, la manifestación de la justicia divina.

jueves, 13 de diciembre de 2012

EXAMINÉMONOS A NOSOTROS MISMOS


El deber del Espírita-cristiano es el de tornarse progresivamente mejor.
Es útil, por eso, verificar periódicamente, mediante un riguroso examen personal, el estado
cierto de nuestra condiciones íntimas.
El Espírita que no progresa en un lapso de 3 años sucesivos permanece en un estado
estacionario.
Analiza tu paciencia: ¿Estás más sereno, afable y comprensivo?
Inquiere sobre tus relaciones de orden hogareño: ¿Conquistaste el más alto clima de paz en
tu propia casa?
Investiga las actividades que te competen en el templo doctrinario: ¿Colaboras con más
entusiasmo en la obra del Señor?
Obsérvate en las manifestaciones frente a los amigos: ¿Llevas el Evangelio más vivo en tus
actitudes?
Reflexiona sobre tu capacidad de sacrificio: ¿Notas en ti una mayor disposición de servir
voluntariamente?
Pesquisa vuestro propio desapego: ¿Te sientes liberado del ansia de posesiones e influencias
terrenas?
¿Usas con mayor frecuencia los pronombres “nosotros”, “nuestro” y “nuestra” y menos los
singulares “yo”, “mío” y “mía”?
Tus momentos de tristeza o de cólera reprimida, que en oportunidades sólo tú conoces, ¿son
en la actualidad más raros?
¿Disminuyeron los pequeños remordimientos ocultos en lo profundo de tu alma?
¿Superaste antiguos desafectos y aversiones?
¿Corregiste los lapsos crónicos de desatención y negligencia?
¿Estudias más atentamente la doctrina que profesas?
¿Comprendes mejor la función creadora del dolor?
¿Cultivas todavía alguna discreta enemistad?
¿Auxilias a los necesitados con más abnegación?
¿Oras, realmente?
¿Tus ideas evolucionan?
¿Tu fe razonada se consolidó más segura?
¿Tienes la palabra más indulgente, los brazos más activos y las manos más dispuestas a
proteger?
Evangelio es alegría en el corazón: ¿Estás, efectivamente, más alegre y feliz íntimamente en
estos 3 últimos años?
¡Todo marcha! ¡Todo evoluciona! ¡Brindemos nuestro rendimiento individual a la obra de
Cristo!
Valora la existencia hoy, espontáneamente, viviendo en paz, para que no te veas en la
obligación de valorarla mañana bajo el impacto del dolor.
¡No te engañes! Un día que se fue es una cuota más de responsabilidad, un paso más, rumbo
a la Vida Espiritual, una oportunidad más aprovechada o perdida.
Interroga a la conciencia en cuanto al aprovechamiento de tu tiempo, de tu salud y a las
oportunidades de hacer el bien que dispones en la vida diaria.
Haz esto ahora, mientas tienes la posibilidad de reconsiderar tu orientación corrigiendo los
engaños con facilidad, pues cuando vengas para este lado ya será más difícil...
André Luiz